Zac 2, 14-17; Sal: Lc 1, 46-55; Mt 12, 46-50.

«Todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Así leemos en el evangelio de hoy, día en que celebramos a la Presentación de la Virgen María, y le agradecemos a Dios el habérnosla dado.

La maternidad física de María fue muy importante, sobre todo porque así cumplía la voluntad de Dios. Su virginidad fue muy hermosa y significativa, pero lo fue, sobre todo, porque ésta era la voluntad de Dios. Los cuidados maternales que dedicó a Jesús eran muy sustanciales, pero lo eran, sobre todo, porque en ellos cumplía la voluntad del Padre que está en los cielos. Toda la vida de María fue un fino poema de la realización de la voluntad de Dios. No desde una fría sumisión, sino desde el cariñoso y total consentimiento. Por eso ella puede romper a cantar: “¡Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava”.

Puedes hacer cosas llamativas o sencillas, de esas que ni salen en Facebook. Lo que las hace en verdad importantes es que sean una afectuosa forma de vivir la voluntad de Dios. María, “la llena de gracia” “la favorecida”, aquella a quien se dice: “El Señor está contigo” es también la madre de Jesús, pues como lo proclama éste: “Quien cumple la voluntad de mi Padre de los cielos…ésa es mi madre”, esa es de mi nueva familia.

Madre nuestra, María, pide para nosotros que busquemos y realicemos la voluntad de Dios cada día.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm