Prov 31, 10-13 ss; Sal 127, 1-5; 1Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30.
“Cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero…”
Él no hizo nada malo. No robó aquel dinero; lo recibió de su amo, quien, al dárselo, se fue al extranjero. No lo usó para malos negocios o drogas, ni siquiera para una francachela con sus amigos. Además, cuando regresó el dueño le dijo: “Aquí tienes lo tuyo”.
Parece difícil cambiar nuestra mente. Anda acostumbrada a pensar que el bueno es quien no hace mal. “No robo, no mato, no me voy con la mujer de mi prójimo, no hago mal a nadie”. Además, el motivo de la inacción de nuestro hombre fue el miedo.
¿Miedo al fracaso? ¿Miedo a quedar en peor lugar que los otros? Pero, si el mundo está como está, la mayor culpa no es de los corruptos, sino de quienes nada hacen para impedir esa pandemia. Nuestro hombre es más parecido a un saco de remolachas,¿a quién le hacen el mal unas remolachas?
No somos buenos en comparación con los otros; sólo en comparación con las gracias y dones recibidos. No somos seguidores de alguien que se haya pasado la vida no haciendo el mal; somos seguidores de Jesús que pasó haciendo el bien (Hch 10, 38). Una fe miedosa, acomplejada, neurótica es una clase de apostasía, desanimadora para los demás e inútil para nosotros. Los tiempos son recios, y hacen falta testigos recios, no agachados que esconden su fe en un pañuelo. ¿Quién podrá suplirte en aquello que tú podías hacer con los dones que recibiste? ¿Cuántos necesitados se quedaron sin luz y sin ayuda por tus omisiones? Y la cadena de consecuencias es indecible… Líbranos, Señor, de las excusas de este mal servidor.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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