Sab 13, 1-9; Sal 18, 2-5; Lc 17, 26-37.

“Si dispusieron de bastante ciencia para investigar el universo, ¿cómo no descubrieron antes al Señor de todo?”, nos dice hoy la primera lectura. El refrán habla del tonto al que le señalaban la luna con el dedo y se quedaba mirando el dedo. Y el refrán parece buen comenrario para este capítulo 13 del libro de la Sabiduría. “Su razonamiento –dice– partía de las cosas que les eran familiares, y las vieron tan hermosas que se quedaron atrapados por su encanto”.

Otros más pueden saltarse ese “encanto”, y luego poner en duda o negar lo mejor que han oído sobre Dios. Tolstoy escribía: “Cuando te asalte el pensamiento de que todo lo que te has imaginado sobre Dios, no existe, no te sobresaltes por eso. Cuando un salvaje deja de creer en su “Dios” de madera, eso no significa que Dios no exista, sólo significa que Dios no es de madera”.

Tú y yo sabemos que “el Hijo de Dios ha venido ya y nos dio la capacidad para conocer al Dios verdadero” (1 Jn 5, 20). El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y el Hijo volverá “como relámpago fulgurante que brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del Hombre en su día”. Como un relámpago de salvación, como el diluvio fue salvación para Noé y su gente. Sólo para quienes rechazaron la salvación será rechazo.

Pues el que trate de salvar su vida para sí y su egoísmo, la perderá, pero el que se parezca a Jesús y comparta su vida con quienes lo necesitan, salvará su vida. “Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida” (1 Jn 5, 11). Y a esta vida estamos llamado ahora y para siempre. ¡Gracias!

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm