Sab 2, 23—3, 9; Sal 33, 2-3.16-19; Lc 17, 7-10.
“Sólo hicimos lo que debíamos hacer”
Escuchar o leer vidas es, a días, escuchar biografías de diversos ladrones de la gloria de Dios. <Cuando yo llegué a esta fábrica, parecía una rústica cueva comparada con ésta de hoy. ¿A qué se debió el cambio? A mi inteligencia y a mi esfuerzo>. Pero a este amigo tan inteligente no se le ocurre pensar de dónde proviene su inteligencia o la salud para su esfuerzo. Y parecida a esa, otras veinte historias que escuches: Yo no soy como esos flojos haraganes, yo con mis madrugadas y empeños, gano cada día lo que mi familia necesita. Etc.
Los méritos no son para autojustificarse, ni para menospreciar a los demás, ni para reclamar un status especial, son para sentir el corazón como una primavera llena de flores de acción de gracias. Gracias, Señor, tú me pusiste aquí, tú me diste mis capacidades, tú me has sostenido en la salud, tú –como especial refuerzo– nos has mantenido unidos en la familia. Y ya ves, Señor, cuando considero bien las cosas, me aburre el canto al propio yo: “Yo hice, yo logré, yo saqué adelante…”. ¿Cómo no miramos primero a Aquel que hizo posible el bien en nuestra vida y a esa vida misma que se llenó de dones? Quiero apuntarme a los cantos de gracias a ti, ya no quiero ser ladrón de tu gloria. Nos dice Jesús: “Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan, somos unos pobres siervos, sólo hicimos lo que teníamos que hacer”.
Gracias, Señor, por todo lo bueno logrado con mi esfuerzo, pero –antes– gracias por haberme dado la salud y la capacidad de poner ese esfuerzo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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