Sab 1, 1-7; Sal 138, 1-10; Lc 17, 1-6.
”Si tuvieran una fe como un grano de mostaza…“
“Busquen a Dios con sencillez de corazón, pues se manifiesta a los que no desconfían de él”, nos dice la primera lectura. ¿Podría dormir el ladrón, si sólo estuviera separado del tesoro por una leve cortina? ¿Podría el amante pegar ojo, si su amada estuviera presa y él tuviera la llave para abrirle? ¿O acaso el hambriento de siete días se contentaría con falsos panes soñados, si al otro lado de la calle hubiera un gran manjar a su disposición? Perdón, ninguna comparación nos sirve, pues Dios es más que el gran tesoro, más que la mejor amante, mejor que el manjar más exquisito.
¿Cómo, entonces, podemos sestear, lejos de él y sin buscarle? Él tiene sed de que tengamos sed de él y nos incita con su gracia cotidiana. “Si tuvieran una fe como una grano de mostaza”, aunque sólo fuera como un grano de mostaza…
Entonces podríamos perdonarnos, y “si tu hermano te ofende siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento, tú lo perdonarás”. Así nos lo pide Jesús. Pero, sin él, sin su gracia, sin su Espíritu, ¿cómo podríamos hacerlo? Nuestro ego no da para tanto.
Hoy, Señor, no te pido lo imposible, ni lo maravilloso, sólo te pido que me des una fe “como un grano de mostaza”, capaz de echar al mar la montaña de mis resistencias. Quiero ser, ante ti, oh Padre mío, como un niño que sólo sabe confiar en sus padres. Y que no se atormenta por el futuro, porque Tú eres mi futuro.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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