Sab 6, 12-16; Sal 62, 2-8; 1 Tes 4, 13-18; Mt 25, 1-13.
“Dennos de su aceite. .. nuestras lámparas se apagan”
De nuevo escuchamos hoy la parábola de las vírgenes prudentes y las necias. De las que estaban preparadas y de las que habían menospreciado el prepararse. Del creyente que escucha y vive a aquél que es la Palabra, y del que prefiere vivir en el descuido, embadurnado de mundo. Sobre el año 50, escribía san Pablo a una de las primeras comunidades cristianas: “Que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes 5, 23). No queramos ni quieras parecerte a los malos predicadores que ponen en rebajas aquello que se nos da gratis. Convierten la “vía estrecha” en fácil autopista. El evangelio no está en rebajas. Es gratuito. Y cuando “llegaron las otras vírgenes diciendo: Señor, Señor, ábrenos. Él respondió: En verdad les digo que no las conozco”. Y Jesús añade: “Estén en vela, pues no saben el día ni la hora”. No quiero ser como las descuidadas.
“Un día –nos dice la brasileña Renaildes– encontré una biblia. En mi familia nunca he recibido una educación religiosa. No sabía quién era Jesús… Abrí la biblia, comencé a leer, y me encontré con la Pasión de Jesús: cuando Jesús sufre, carga su cruz, le ponen la corona de espinas y muere en la cruz. Para mí fue un momento tan fuerte que fue la primera vez de mi vida que me di cuenta que Dios me amaba tanto, que había dado su vida por mí en la cruz. Y que había sufrido todo eso por mí, ¡yo, una niña de favela! Empecé a llorar y el primer reflejo de mi corazón fue decir que si Cristo había dado su vida por mí, yo quería dar mi vida por Él y hacer de mi vida un don de amor para Él”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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