Rom 13, 8-10; Sal 111, 1-5.9; Lc 14, 25-33.

Así le dijo Jesús a la mucha gente que caminaba con él: Para “el que quiera ser discípulo mío”, antes que todo lo demás, está el seguimiento; antes “incluso que la propia vida”. Es cuestión de amor, y el amor tiene sus prioridades. La vida humana está antes que una pierna o un brazo y, cuando hay oposición, cualquier enfermo sabe qué escoger, igual que lo saben los médicos.

Ser seguidores de Jesús, está antes que ningún otro amor. Y, si así lo haces, padres, esposa, hijos, hermanos saldrán ganando. Y también los enemigos. Los amarás más y mejor que antes. Es el amor que potencia, limpia, multiplica, fortalece los otros buenos amores.

El egipcio Naseem Faheemera era custodio de la catedral de Alejandría; los islamistas lo asesinaron el pasado Domingo de Ramos. El famoso periodista musulmán Amr Adid entrevistaba a la viuda. Ella le decía: “No guardo odio hacia quien asesinó a mi marido”. Y dirigiéndose al asesino, le decía: “Hijo mío, créeme que te estás equivocando. Mi marido no estará más, pero le pido a Dios que tenga misericordia contigo”.

El periodista se quedó doce interminables segundos sin habla. Luego comentó ante la televisión: “Cuán grande es vuestra capacidad de perdón. Si vuestros enemigos lo supieran, no les creerían. Si hubiera sucedido con mi padre yo nunca podría haberlo dicho. Esta es su fe, su religión. Esta gente está hecha de una sustancia diversa”.

No es una sustancia distinta, es el amor de Jesucristo y el fiarse de él que nos perdonó y pide nos perdonemos.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm