Rom 12, 5-16; Sal 130, 1-3; Lc 14, 15-24.

“Todos a una comenzaron a excusarse”

He leído y releído esta parábola de Jesús: “Un hombre dio un gran banquete, e invitó a muchos”. Es la parábola de las excusas. Alguien te invita a la fuente de la dicha, y tú te excusas mostrando tu vaso vacío. Alguien te invita al banquete de la salud, y tú te excusas alegando un rasguño en un dedo. Tu excusa, si bien la misas, es una razón más para acudir, no el pretexto para  excluirte.

Hace poco, la veinteañera jalisciense Esmeralda Solís, reina de la belleza en su zona, sintió que la invitaban. No quiso disculparse. “Me di cuenta que debía hacer un espacio en mi vida para saber qué era lo que Dios tenía planeado para mí. En el proceso de ir descubriendo mi vocación también hubo miedo y dudas, pero el amor que Nuestro Señor iba mostrando cada día me hizo superar cualquier sentimiento de desánimo…”. Y Esmeralda lo dejó todo para responder a su vocación religiosa. “Yo era muy feliz con todo lo que tenía, pero no se compara con la felicidad que Dios coloca en mi corazón ahora”.

El banquete al que somos invitados es el mismo, aunque los caminos para llegar sean distintos para cada uno. Pero, las excusas no son camino, son un muro. Dice Esmeralda: “No hay que tener miedo. Si Dios te llama, Él se encarga de todo. Solo basta que se le reciba con mucha paz, alegría y confianza. Creo que el miedo es una gran excusa que se encarga de truncar la verdadera felicidad que solo Dios puede ofrecer”.

Seguramente que cada uno de nosotros podríamos montar un museo con nuestras excusas. ¡Tan repetidas, tan oxidadas, tan llenas de máscaras! ¿Hasta cuando?

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm