Mal 1, 14—2, 7-13; Sal 130, 1-3; 1Tes 2, 7-13; Mt 23, 1-12.
“Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres”. Por eso suben sus cosas a Instagram o a Facebook, a Twitter, a YouTube y demás, donde somos atrapados como mosquitos en una inmensa tela de araña virtual. Pero, si los instrumentos son relativamente nuevos, la pasión de ser vistos y valorados por el qué dirán los demás, (“me gusta”), es tan antigua como el viejo río Nilo. Necesitamos ser amados y necesitamos amar. Pero, ¡qué fácilmente confundimos las remolachas con las catedrales! O los puestos con la realidad personal.
Para los demás “las cargas pesadas”, la crítica amarga, la incomprensión; para nosotros “los primeros puestos”, la fama, los aplausos, los títulos honoríficos y una sobredosis de egoísmo. ¿A dónde vamos? Yo, tú, él, cualquiera de nosotros puede ser un “fariseo” o un “maestro de la ley” de esos a los que Jesús critica en el evangelio.
Quien no tiene el amoroso temor de Dios, tendrá pánico a los dioses de este mundo, y una pequeña crítica de la tribu dominante lo hará desdichado. Aquel que parecía valiente, se muere de miedo ante el tribunal del “qué-dirán-los-demás” o ante una sonrisilla de gentes mundanas. Jesús nos asegura que somos hermanos, que sólo él es nuestro Maestro y Guía, que nuestro amoroso padre es el Padre de los cielos y que el mayor, entre nosotros, es el que mejor sirve a los demás. ¿Para qué esperar más tiempo a vivir esto que somos?
Llénanos, Señor, de amor verdadero, para que sepamos echar una mano a los demás, y de libertad, para que no nos sometamos a los vanos dioses de este mundo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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