Rom 9, 1-5; Sal 147, 12-15.19-20; Lc 14, 1-6.
Los fariseos estaban observando a Jesús, ¿se atrevería a curar en sábado al pobre hidrópico? Los fariseos, cual Jueces de la Tremenda Corte, decían que no era legítimo hacer tal cosa ese día, “no era constitucional”.
Hoy el problema de la Pura teoría del derecho, con raíces en Kelsen, se nos ha metido hasta en la sopa, sin fundamentos en el derecho natural. Y ha convertido a los Jueces en legisladores. Como lo dice el abortista Neville Sender: “Sabemos que (el aborto) es matar, pero el Estado nos permite matar bajo ciertas circunstancias”. La capacidad para buscar la verdad y para obedecer a la verdad ya no se tienen en cuenta. Por eso, ante tantos atropellos de Jueces y legisladores, decía Juan Pablo II: “Cuando una ley civil legitima el aborto o la eutanasia deja de ser, por ello mismo, una verdadera ley civil moralmente vinculante” (EV 73). No es obligatoria. Y es lo mismo que lo diga la Tremenda Corte o que lo digan unos drogados narcotraficantes.
Y Jesús, en el evangelio de hoy, se saltó el dictamen de los peritos fariseos, y curó al enfermo. No se sintió obligado por las leyes o la cultura de su ambiente. Cierto, será una causa más para que un día lo crucifiquen. Tampoco le permitían la objeción de conciencia. El positivismo jurídico es la base de la dictadura que está llegando a muy diversos aspectos de la vida diaria.
¿Qué hacemos, qué podemos hacer los cristianos? Primero, despertar. Segundo conocer y vivir a Jesucristo. Y, desde él, curar, prevenir, influir y no agachar la cabeza. Se trata no del bien de los cristianos, sino del bien de todos, de la defensa de quienes no pueden o no saben defenderse.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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