“Vi una muchedumbre…que nadie podía contar”
Apc 7, 2-4.9-14; Sal 23, 1-6; 1Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-2.
¿Quiénes son y de dónde vienen estos innumerables hermanos y hermanas a quienes llamamos los santos?
Vienen del seguimiento de Jesús de Nazaret. Vivieron en su compañía y en esforzada comunión con él. Se dejaron llenar de su salvación y supieron compartirla con los demás. Son los santos. Son los mejores de nuestra familia católica (o universal). Y son los que nos preguntan: ¿Por qué no lo intentas tú? ¿Por qué no te decides de verdad a ser seguidor de Jesucristo? ¿Por qué vas a permitir que el mundo te siga engañando?
Ellas y ellos son los pobres que enriquecieron a muchos; los que creyeron en el Dios misericordioso y repartían misericordia; los perseguidos que pedían a Dios por sus perseguidores; los que sabían ayudar a otros a encontrar el camino verdadero; los que lucharon por el Reino de Dios y su justicia y no se dejaron corromper; los limpios que cantaban, en medio de la noche, la luz de la aurora. Son los que se unieron a Jesucristo y a quienes la muerte no pudo separarlos de él, pues “quien tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Jn 5, 12).
Unos eran niños, otros estrenaban juventud, otros andaban entrados en años, hombres y mujeres como nosotros, casados, solteros o consagrados. Muchos de ellos dieron su vida en servicio a sus hermanos, otros fueron quitados de en medio por los enemigos de la fe, y supieron dar su sangre como testimonio.
¡Santas y santos de Dios, rogad por nosotros; pedid al Señor Jesús que nos libre de la rutina y la cobardía. Amén!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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