Rom 8, 12-17; Sal 67; Lc 13, 10-17.
¿No era bueno desatar a esta hija de Abraham?
Muchas veces nuestras situaciones de vida nos hacen encorvarnos. La tristeza, el fracaso, la situación económica, los problemas familiares, una enfermedad, la desesperación, son factores que encorvan nuestro espíritu y nuestro cuerpo. A veces las cargas que tenemos que llevar son tan pesadas que nos doblegan.
Tratemos de caminar por unos minutos encorvados. ¿Es difícil, verdad? Así se sentía la mujer, así como usted se pudo haber sentido en ese breve tiempo en el que estuvo encorvado o encorvada.
Pero había para ella ¡un nuevo horizonte! La libertad estaba frente a ella. Sus ojos ahora podían ver de otra manera su vida y su realidad era diferente. El aire le dio en la cara, el sol iluminó sus ojos, se tuvo que acostumbrar a caminar de nuevo de manera correcta, sus huesos se enderezaron al escuchar la palabra de Jesús y al sentir sus manos de amor que la tocaron.
La acción de Jesús fue ver, llamar y tocar, tres elementos que trajeron nueva vida a una mujer que estaba muerta en su dolor. ¡Qué importaba si era día de reposo! ¡Valía más esta mujer, su vida y su persona, y eso era suficiente para tener misericordia de ella! ¡Qué importaba la ley dura y cruel, capaz de tener lástima por un animal antes que pensar en el bien de una mujer!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Benjamín Romo Martín, cm
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