Mozambique: un lugar donde el tiempo no tiene el mismo «tempo» (Alicia Santos, de Juventud Mariana Vicenciana)

por | Oct 15, 2017 | Juventud Mariana Vicenciana, Noticias, Situaciones de necesidad y respuestas | 0 comentarios

Alicia Santos nació en Viseu (Portugal), en 1984. Es licenciada en Psicología por la Universidad del Miño. A los 13 años entró a formar parte de la Juventud Mariana Vicenciana y, en 2016, partió por once meses a Mozambique.

Lugares mágicos donde poder marcar la diferencia

Siempre vio su nombre asociado a «Alicia en el País de las Maravillas», conexión que fue la que más escuchó a lo largo de su crecimiento. Considera que la oía con mucha propiedad:

porque como la Alicia de la historia siempre me ha gustado soñar y de imaginarme en lugares mágicos donde pudiera realmente marcar la diferencia. Sin embargo, nunca soñé sola. Mis padres y mis hermanos mayores, aunque de origen muy modesto, me enseñaron valores como la perseverancia, la justicia y la igualdad de oportunidades, y caminaron conmigo en la profundización de mi fe. Ataron mi corazón a Dios y los sacramentos que fui recibiendo fueron ganando importancia y más fuerza con mi integración en la Juventud Mariana Vicenciana (JMV) cuando tenía sólo 13 años. Por ser algo que siempre ansié con mucha fuerza, mi vivencia en la JMV fue siempre experimentada con mucha intensidad. En aquellos momentos compartidos con tantos otros jóvenes, los sueños crecían y la voluntad de partir más allá y compartir la fe por aquel ‘Amor Mayor’ iba en aumento —describe Alice Santos—. A lo largo de mi adolescencia participé en varios campos de misión, formé parte de algunos pequeños proyectos de voluntariado y recibí, con mucha admiración, las historias que los misioneros combonianos compartían en algunos encuentros de mi diócesis. Cuando cumplí 16 años, nació mi hermano menor y, de una niña llena de sueños nace una mujercita con una responsabilidad maternal y que comprende que el sueño de partir tendría que esperar.

En el momento en que entró en la universidad, el grupo JMV de la localidad se extinguió, pero continuó participando en la parroquia como catequista de otros grupos. Cuando concluyó su curso, tuvo la oportunidad de trabajar en algunas agrupaciones de escuelas, lo que le permitió «viajar y vivir en varias ciudades, de norte a sur, habiendo crecido y madurado de una forma exponencial». Tuvo entonces la «osadía de hacer renacer la JMV en la parroquia y crear un nuevo grupo, con nuevos sueños, habiendo comenzado una nueva fase en mi recorrido cristiano y en el movimiento» donde ha venido a desempeñar varios cargos a nivel local, regional y nacional.

Encontrar a Dios en los gestos más sencillos

Sobre la realización de su sueño de misión en Mozambique, Alice Santos comparte su testimonio, en primera persona:

La pequeña Alicia que vivía llena de sueños como la «Alicia de la historia» creció y ¡jamás dejó de soñar! Y, en un acto de coraje y algo de locura (porque no es fácil dejar atrás a la familia, el trabajo y una serie de expectativas sociales que se tienen sobre una), fui en busca de mi «País de las Maravillas»… Lo encontré en Mozambique, a los 33 años, cuando ingresé en el Proyecto Misionero de la Juventud Mariana Vicenciana llamado «Renacer a la Esperanza». En el día 5 de septiembre de 2016, a lo largo de 11 meses, descubrí las maravillas de un lugar donde el tiempo no tiene el mismo tempo, el cielo no tiene el mismo color y ciertamente los pájaros no tienen el mismo canto. La belleza del país aumenta cuando conocemos a sus gentes, que nos enseñan de forma tan cruda y realista un nuevo significado para la palabra «coraje». En medio de tanta miseria hay una riqueza en los gestos de bondad y en el compartir lo poco que tienen con el forastero que llega. Hay una fuerza inquebrantable que, de forma mágica, les es concedida desde su tierna edad y les modela para una vida de lucha, sin miedos y con la espontaneidad de una sonrisa que nos conquista. En el Centro Renacer a la Esperanza, bajo la gestión de los Misioneros Paúles del Monte del Chirrundzo en Chinhacanine, donde desarrollé la gran parte de mi experiencia misionera, encontré pequeños guerreros que nos enseñan a vivir la vida en plenitud. La misión llegaba a muchos niños y ancianos que, olvidados por todos, viven (o sobreviven) en condiciones muy humildes. Las cabañas de paja y las camas improvisadas sobre las esteras son a menudo el único confort que tienen para descansar sus cuerpos hambrientos y cansados ​​de las largas jornadas en los campos secos. E, incluso con hambre o con los pies heridos de andar descalzos, incluso sin juguetes en la mañana de Navidad, incluso sin registro de nacimiento o identidad, incluso sin ropa interior u otra que no esté rota y rasgada, incluso sin saber que cargan ya la dura realidad de la enfermedad del VIH, aún así… estos niños son felices ¡sin quejarse! Además de la reactivación de un Comedor Social que acogía a unos 50 niños de 0 a 12 años y les prestaba cuidados al nivel de la alimentación, higiene y educación, la misión se hizo también en el acompañamiento de algunos jóvenes que vivían en régimen de internado, en el centro. La Escuela Agraria donde venimos a dar clases fue otro desafío que abrazamos con mucha alegría y que nos permitió compartir muchas experiencias enriquecedoras. En las comunidades Dios se hizo presente en cada celebración, en cada «Hoyo-hoyo» sentido, en cada gesto sincero que las gentes mozambiqueñas compartían con nosotros. Es como si pudieras tocar el cielo… y encontrar a Dios en los más pequeños gestos. Sentir sus manos en aquellas pequeñas manos, ver su rostro en aquellas sonrisas puras, sentir su amor y misericordia en los brazos que te abrazan de forma tan genuina… ¿Es posible ser más feliz?

Fuente: http://www.vozdaverdade.org/

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