“…el más grande en el Reino de los cielos”

Zac 8, 1-8; Sal 101; Mt 18,1-5.

Todos buscamos ser grandes, importantes y reconocidos, es un deseo que llevamos en el corazón.

Sin embargo qué difícil nos resulta encaminarnos por los senderos de la verdadera grandeza, la que Jesús nos propone. Ocupando los últimos lugares, haciéndose servidor de los demás, sin buscar honores, prestigio, fama o aplausos. Sin ir por la vida siendo los eternos “YOYOS”.

De esa grandeza que solo Dios admira y aplaude, grandeza al estilo de la Virgen María, que fue grande por haberse hecho esclava, servidora, mujer sencilla y humilde. Desprendida de ella misma y atenta solo a la voluntad del Padre y a las necesidades de los demás, como lo hizo en aquella boda de Caná.

Hacerse como niño para entrar en el Reino de los cielos. Hacerse frágiles, sencillos, transparentes y llenos de gozo. Confiados y abandonados en los brazos de Papá Dios. Así nos quiere Jesús, que dejemos atrás todo orgullo, autosuficiencia y ambiciones de poder. Porque Dios es para gente sencilla. Jesús no tuvo problema con la gente sencilla de su tiempo, sabía que lo entendían, en cambio tuvo problemas con la gente enredada en sus leyes y preocupada por su prestigio y puestos de honor.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Benjamín Romo Martín, cm