Zac 2, 5-9.14-15; Sal: Jer 31, 10-13; Lc 9, 43-45.
“El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres; pero ellos no entendían lo que les decía…”.
¡Qué solo ha estado Jesús en medio de sus amigos! No lo entendían, nunca lo comprendieron a fondo. Y, cuando ahora les anuncia las trágicas horas que se aproximan, no sólo no lo entienden, tampoco se atrevían a preguntarle.
Más aún, inmediatamente después se ponen a discutir sobre quién, de entre ellos, es el más importante.
Ay, Señor Jesús, qué bien nos representan esos discípulos tuyos. Qué poco empeño ponemos en comprenderte y acompañarte. ¡Qué solo te dejamos! También eres, con frecuencia, el solitario de los sagrarios. Y el solitario que nos habla en los evangelios y al que no escuchamos. Y el solitario que padece en los pobres y al que no cuidamos.
¿Hasta cuándo, Señor, regresaré del todo contigo para adentrarme en ti, escucharte, acompañarte y dar a los demás tu Buena Noticia?
Todos esperaban, Señor, que fueras un mesías triunfante y de poderosas apariencias. Nuestra imaginación no entiende que el mayor poder es el del amor vulnerable.
¿Cómo te íbamos a comprender? Podías haber aniquilado a quienes te crucificaban, pero tú te entregaste por ellos para que se salvaran. Sólo el amor verdadero es el poder capaz de no usar la fuerza del poder. Sólo el amor, y tú, Jesús entregándote, nos revelaste que Dios es amor. En ese amor quiero vivir y a ese amor ser fiel en comunión con mis hermanos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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