Esd 6, 7-8. 14-20; Sal 125, 2-6; Lc 8, 16-18.
“Miren, pues, cómo oyen, porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, lo que cree tener se le quitará”
Wang Yi es un católico chino que se convirtió hace doce años. El oficial de la policía –dice– se acerca cada semana a tomar la lista de los que venimos a misa. Y nosotros le damos la información… no queremos seguir bloqueados por la mentalidad de la iglesia clandestina… Si nos expulsan de Chengdu, estamos listos para regresar a causa del evangelio. Aunque cierren las iglesias, los fieles las siguen abriendo. Dios nos quiere en la ciudad”. Y así crecen en fe, en resistencia, en número y en desobediencia al miedo y a la dictadura.
Entre nosotros, el número de católicos acomplejados es tan largo como la tristeza. En cuanto aparecen los medios con su diccionario de viejos adjetivos, muchos esconden la cabeza y hasta el sombrero. Les sueltan aquello de rancios, carcas, ultracatólicos, homófobos, fascistas, ultraconservadores, antifeministas, anti-igualitarios, y no pueden ni con eso. Con frecuencia, además de acomplejados, se suma el analfabetismo de la fe y la falta de una experiencia de Jesucristo. Y esto sucede en Occidente del norte y del sur, del este y del oeste. La religión oficial es el relativismo impuesto con muchos millones, donde entra el aborto, el homosexulismo, la eutanasia y demás especies de la cultura de la muerte. La ONU y demás son los nuevos Pontificados. Y muchos, católicos de nombre, se someten, y venden su primogenitura por una ideología de baratija. ¿Cómo podemos ser tan desagradecidos?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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