Is 55, 6-9; Sal 144, 8-9.17-18; Filp 1,20. 24.27; Mt 20, 1-16.
“… ¿tu ojo va a ser malo porque yo sea bueno?”
«¡Vengan a trabajar a mi viña!”. Esta parábola de los jornaleros –llamados a distintas horas– es tan actual como el día en que la contó Jesús. ¡Cuánta gente que podría y desearía trabajar en la viña del Señor no se ha sentido invitada! Acaso incluso oyeron sermones burocráticos o lánguidos, pero no escucharon una invitación convincente. Recuerdo a Francisca Baschet, a Carlota de Brie o al Conde de Rougemont. Ellas vivían entre aplausos para sentirse vivas; él, galán, espadachín, victorioso de muchos duelos, subsistía entre riquezas y fama. Hasta que se encontraron con Vicente de Paúl. Él los invitó a trabajar en la viña del Señor.
¡Y qué bien lo hicieron! Francisca y Carlota encabezaron el primer equipo de voluntarias para servir a los enfermos en Chatillon. Él repartió todo (menos lo que Vicente le impidió) a los pobres, y acogió en su castillo a más y más necesitados. ¿Irán ahora los católicos de nombre, desde su primera hora, a reclamar un salario mayor que estos llamados en la madurez de su vida? ¿Iré yo a quejarme porque los últimos son los primeros en recibir la sonrisa y el abrazo de Jesucristo?
Pablo dice hoyalos Filipenses: “Tanto si voyaverlos, como si estoy ausente, que oiga de ustedes que se mantienen firmes en un mismo sentir y luchan unánimes por la fe del evangelio”. Que también tú y yo podamos decir que trabajamos con empeño en la viña del Señor, que “luchamos unánimes por la fe del evangelio”.
¡Danos, Señor, esta gracia y líbranos de la pereza!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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