1 Tim 6, 2-12; Sal 48, 6-10. 17-20; Lc 8, 1-3.
“…le acompañaban los doce y algunas mujeres”
“Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, a las mujeres; antes las favorecisteis con mucha piedad, y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres…”, así lo dice Teresa de Ávila en el capítulo 4 de su “Camino de perfección”.
Si miramos hacia atrás, ningún pensador antiguo, ni Platón ni Aristóteles y seguidores, nadie tuvo una mirada nueva, valorativa y acogedora de las mujeres. Y los que se llaman fundadores de la modernidad, tampoco. Los derechos que proclama la Revolución francesa son los “derechos del hombre”, y las mujeres no estaban incluidas. No podían votar, aunque sí, ser guillotinadas. Si usted mira a Nietche, Freud, Marx, Bertrand Russell y el más largo etcétera que usted quiera, todos son, al lado de Jesús, apergaminados machistas. Jesús iba “por aldeas y pueblos” y lo acompañaban “los Doce y algunas mujeres”. Nunca se había visto algo parecido.
De Jesús, de su vida y su mirada sobre las mujeres, nacieron luego, a lo largo de los tiempos, la valoración de las mujeres. Él les pidió a ellas –igual que a ellos– una vida nueva en el seguimiento. Como lo formulará la Carta a los Gálatas: “Todos ustedes son hijos de Dios… Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y libre, entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno en Cristo Jesús”. Hoy, el “feminismo pagano” se ha cortado las raíces, y termina en una liberación que es otra esclavitud con una máscara nueva. Si volvemos a las actitudes de Jesús, si escuchamos atentos el evangelio, no encontraremos razón ni para el rancio antifeminismo, ni para el “feminismo pagano” de estos días.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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