I Tim 2, 1-8; Sal 27, 2. 7-9; Lc 7, 1-10.
“estaba a punto de morir un siervo de un centurión…”
Hay dos paganos en el evangelio que me conmueven especialmente. Él es un capitán romano –un centurión–, ella es una madre fenicia. El pide la salud para su criado; ella, para su hija. De la mujer nos habla san Marcos (7, 24-30) y el lugar paralelo de Mateo; del capitán nos habla este texto de hoy en san Lucas y también Mateo 8, 5-15. Ojalá puedas releerlos.
Las dos narraciones nos ofrecen el sabor de la fe verdadera. Esa que, antes de creer verdades o mandamientos, consiste en fiarse de Jesucristo; esa fe que es una relación de total confianza en él. Me fío de ti, dicen a su manera los dos personajes, de tal manera que nada ni nadie podrá desbancar esta confianza; no necesito que vengas físicamente a mi casa: creo en tu palabra, ella me basta, dice el centurión. Si me atiendes, me fío de ti, y si no me atiendes y hasta parece que me discriminas, me fío de ti, dice la mujer siriofenicia.
Yo sé que me amas, y sé, por eso, que actuarás como sólo el amor más sabio sabe hacerlo, aunque mi pequeño, ignorante amor no sepa leer tus gestos. Tú no sabes defraudarnos. Sé que te diste del todo por mí y me has seguido sosteniendo contra mis despistadas ingratitudes.
Agranda, Señor, mi confianza en ti y dame el amor efectivo del seguimiento, de que cada día mis ojos estén untados de tu luz y mis actos de tu amor sin excusas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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