Ecclo 27, 33-28,9; Sal 102 1-4. 9-12; Rom 14, 7-9; Mt 18, 21-35.
“¿No debías haberte compadecido de tu compañero, como yo me compadecía de ti?”.
Después de decirle a Pedro que hemos de perdonar “hasta setenta veces siete” (siempre), Jesús nos cuenta una irónica parábola sobre el perdonado que no perdonó. Él había sido perdonado de una deuda inmensa y él no fue capaz de perdonar a su compañero “cien monedas”, y lo envió a la cárcel “hasta que le pagara la deuda completa”. Y así sucede contigo y conmigo cuando no perdonamos de corazón.
Para un cristiano, el rencor no es simplemente una cuestión psicológica y una piedra sobre el corazón, es un problema de fe: ¿Me fío de Jesucristo que me perdonó, me perdona y me pide que yo también perdone a quien me haya ofendido, o me fío de mi instinto y de mis listuras? ¿Quién es mi Señor? Si no perdono, le estoy diciendo a Jesucristo que él no es mi Señor, que mi Señor es mi instinto o mis estrategias de venganza. Creer en Jesucristo también significa que además de dejarnos perdonar por él, nos perdonamos con su perdón a nosotros mismos. Nos seguimos en la desesperación.
“Cuando yo era adolescente, una amiga mía se quitó la vida a los quince años porque no pudo soportar lo que le rodeaba. Dejó una nota que decía: “Soy una persona muy mala”, …ella no sufría la mentira, y jamás pudo mentirse a sí misma… Hoy, veinte años después de su muerte, yo puedo expresar lo mismo en un lenguaje cristiano. Mi amiga había descubierto su condición de pecadora. Había descubierto una verdad fundamental, a saber: que el hombre es débil e imperfecto, pero no alcanzó a conocer la otra verdad, aún más importante, que Dios puede salvar alhombre, arrancarlo de su condición de caído y sacarlo de las tinieblas más impenetrables. De esa esperanza nadie le había hablado, y murió oprimida por la desesperación”. (Tatiana Goritcheva —rusa, filósofa, y escritora actual, convertida a la fe a sus 26 años).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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