1 Tim 1, 15-17; Sal 112, 1-7; Lc 6, 43-49.
“Cada árbol se conoce por su fruto”
Un campesino caminaba al lado de una pared del pueblo, cuando ésta se derrumbó y lo atrapó entre sus escombros. De él sólo se veía una pierna ensangrentada. Pasó un vecino, vio el accidente, corrió a su casa, trajo medicamentos, y se puso a curar la pierna ensangrentada. Mientras… el hombre atrapado se moría asfixiado entre los escombros. Así hacemos con frecuencia. En lugar de ir a las raíces y a las causas, a curar el corazón que nos guía, perdemos el tiempo queriendo cambiar lo que se ve, el mundo de las apariencias. Por eso nos dice Jesús que el árbol bueno da buenos frutos, y el malo los da malos. “¿Por qué me llaman: Señor, Señor, si no hacen lo que les digo?”.
Me encanta esta costumbre de la Iglesia de recordar a los mejores de la familia, aquellos que no se cuidaron de las apariencias, sino del seguimiento, sean ellas o ellos, jóvenes o ya con años. A Fabián, Papa, que había sido un granjero, lo asesinaron en enero del año 250. Al anterior, llamado Antero, también lo martirizaron. Después de Fabián, la Iglesia estuvo un año sin Pontífice, durante la dura persecución del emperador Decio. Al fin, fue elegido Cornelio, a quien hoy celebramos, y quien, tras un penoso destierro, también fue martirizado. Confesó su fe en Jesucristo y sostuvo la fe de los fieles. “Cada árbol se conoce por sus frutos…”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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