Hebr 5, 7-9; Sal 30, 2-6. 15-20; Jn 19, 25-27.
“Ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre”
Así se lo dijo Jesús a María y al discípulo amado. Y este evangelio nos ayuda a celebrar hoy la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores.
Me arrodillo, pues quiero contemplar, comprender y amar, al pie de la cruz, a Jesús crucificado y a María que “estaba junto a la cruz” Y, con ellos y en ellos, quiero amar a todos los perseguidos y crucificados de la tierra. Cuando Jesús se nos había dado del todo, aún tiene el amoroso detalle de darme a su madre como madre también mía, pues se lo dio al discípulo que representa a toda discípula o discípulo de Jesús. ¿Cómo no la voy a llevar a mi casa y a mi corazón y a mi comunidad, si es el regalo final del Hijo de Dios? No entiendo como los hijos de las sectas pueden minusvalorar a María; eso es, al mismo tiempo, menospreciar este gran regalo de Jesús.
María que estuvo a la hora primera dándolo a luz para todos, y que estuvo en la apertura de la vida pública de Jesús (bodas de Caná), está ahora en el momento final de la vida pública, como estará después en la hora primera de la Iglesia reunida para abrirse al Espíritu (Pentecostés). En las alegrías de navidad y en los dolores de la Cruz, María está siempre con él. Y ella, desde el gozo y el sufrimiento nos lleva a él. Somos sus hijos menores, los hermanos pequeños de su hijo Jesús, y le decimos: María, madre, “ruega por nosotros…ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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