1 Tes 4, 13-18; Sal 95, 1-5. 11-13; Lc 4, 16-30.

“No queremos que se entristezcan repecto de los muertos, no se entristezcan como los demás que no tienen esperanza”

Así se lo escribe san Pablo a los cristianos de Tesalónica hacia fines del año 50. Han pasado pocos años desde la muerte y resurrección de Jesús, y Pablo puede afirmar seguro que “Dios llevará consigo a los que murieron en Jesús”. No hay lugar, pues, para la desesperanza. Es el mismo Jesús que, en el evangelio de hoy, dice en Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha un ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia”.

Y ésta es la Buena Noticia, que Dios nos ama tanto, ama tanto a los pobres, que nos dio a su Hijo único para que en él tengamos vida y vida sobreabundante. Vida ahora y la fiesta interminable de la vida en la resurrección con Jesucristo. “Miremos al Hijo de Dios –nos decía san Vicente de Paúl– ¡qué corazón tan caritativo!… Dinos, por favor, Jesús mío, ¿qué es lo que te ha sacado del cielo para venir a sufrir… todas las persecuciones y tormentos que has recibido? ¡Oh Salvador, fuente del amor humillado!… Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre para venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilidades. ¿Y para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el prójimo… Si tuviéramos un poco de ese amor, ¿nos quedaríamos con los brazos cruzados?

¿Dejaríamos morir a todos esos que podríamos asistir? No, la caridad no puede permanecer ociosa, sino que nos mueve a la salvación y al consuelo de los demás”.

Jesús, el misionero del Padre, nos llama a ser evangelizadores con él, repartidores de su Buena Noticia.

¡También en tu casa esperan esa Noticia!

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm