Jer 20, 7-9; Sal 62, 2-9; Rom 12, 1-2; Mt 16, 21-27.
“Quien pierda su vida por mí, la encontrará”
El pasado 14 de mayo, el misionero Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, se puso en la mezquita como escudo humano para proteger a un millar de musulmanes atacados por los bandidos centroafricanos antibalaka. Después, los refugiados musulmanes pudieron ser llevados a instalaciones de la Iglesia: seminario, catedral y casa del obispo. Antes, en el tiroteo, algunos fueron asesinados y otros heridos. Allí pudo perder su vida el obispo Aguirre.
Acaso mientras, tú y yo nos quejamos de pequeños pleitos familiares o de incomodidades imprevistas. ¿Qué tienen estos cristianos capaces de exponer su vida por unos musulmanes en peligro? También ellos saben que otros musulmanes radicalizados asesinan cristianos en Irak, en Siria… o en Europa.
El amor es exigente y abnegado, porque abraza la miseria y el dolor ajenos; el odio esquematiza, reduce las personas a categorías abstractas y desencarnadas. El amor mira a Jesucristo y mira en la dirección que él mira. Ve personas concretas y ve sus necesidades y sus cruces. El que pierda su vida dándola por estos que están en peligro, por Cristo la da. Así la dio él por ti y por mí, tan concretos y necesitados.
Y Jesús nos dice, al final de este evangelio: “El Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre… y entonces recompensará a cada uno según su conducta” (o su “praxis”, como dice el texto griego).
Tú, Señor, no viniste por un camino de triunfos humanos, te juzgaron jueces venales y te colgaron como desecho del pueblo. ¡Danos tu gracia para seguirte!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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