1 Tes 4, 9-11; Sal 97, 7-9; Mt 25, 14-30.

“…al irse de viaje, dejó a sus siervos al cargo de sus bienes”

Y el Señor te dejó las olas de los mares insomnes, los bosques, las nubes y los crisantemos, la luz del sol, las semillas y  las noches reparadoras. Y te dejó la  familia,  el  oído,  los  ojos  y  el  habla, las manos y los pies –tan dubitativos– y el prodigio de la inteligencia para buscar la verdad. Además, te dio un corazón ansioso de ser amado y de amar y una conciencia, como un ángel de siete mágicos espejos.

Y, un día, el Señor regresará y te pedirá cuenta de qué hiciste con todos esos bienes. ¿Qué hiciste con la maravilla de tus ojos y con tu prodigiosa lengua? ¿Qué trabajo, justicia y servicio hicieron tus manos? ¿Por qué caminos –rectos o nublados– se fueron tus pies y sus empeños? ¿En qué empleaste tu inteligencia, tu razón y su máquina de fabricar excusas o compromisos veraces? Y ese corazón, como un pequeño lago que bombea vida vena a vena, ¿lo dejaste que te llenara de amor a los demás o lo tienes disecado y árido? Decía santa Teresa de Ávila que Dios tiene tanta sed de amar y yo tanta sed de ser amada que parece que nacimos el uno para el otro.

¿Qué le responderás –qué le responderé– aquel día, cuando el Señor Jesús vuelva? ¿Nos servirán las viejas y oxidadas excusas? ¿Qué le respondo hoy?

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm