13 de agosto de 2017. En la casa provincial de Sevilla nuestra trayectoria hacia las periferias llega a su fin. Han sido días largos e intensos, cargados de emociones, llantos y sufrimiento, aunque también de alegría y esperanza. Desde que salimos de nuestros hogares hasta que regresamos a ellos parece haber pasado una eternidad y ahora somos incapaces de volver a nuestra realidad sin más. Hemos visto tanto, hemos escuchado tantos testimonios impactantes y acompañado a tantas personas en situaciones de dolor que nos sentimos cambiados interiormente.
Inmigrantes acogidos en España que han conseguido seguir con sus estudios y encontrar un trabajo digno, jóvenes que explican cómo lograron pasar la frontera que les separaba de España y esquivaron la muerte en su camino, sonrisas de niños y ancianos alegres de ver a gente joven dispuesta a entregarles todo su cariño, madres víctimas de trata que rehacen su vidas, enfermos con VIH cuidados por las Hermanas, asentamientos de inmigrantes e invernaderos en condiciones extremas, niños viviendo en la calle sin ninguna clase de protección, personas aparentemente invisibles a los ojos del resto de la población…
Como se imaginan, uno no puede volver a ser el que era después de haber presenciado situaciones de injusticia acentuadas por la indiferencia de un mundo egoísta al que le sobra la admiración a sí mismo y le falta darse un poquito bastante a los demás. Salíamos para ser sal y luz de la tierra, para llevar nuestro entusiasmo y nuestra alegría a los más pobres, a los favoritos del Padre. Y así lo hicimos, nos entregamos, con las manos abiertas y el corazón atento a las necesidades de nuestros hermanos para servirles del mismo modo en el que Cristo lo hizo.
Nuestro regreso a España ha sido fácil, no hemos tenido que sufrir ni arriesgar nuestra vida para ello. Y ahora que estamos aquí nos sentimos perdidos, nuestro espíritu se agita al pensar en todas y cada una de las personitas a las que hemos conocido, aquellas con quienes compartimos, quienes nos acogieron y las que nos recibieron en sus casas. No sabemos cuál será el siguiente paso, pero estamos convencidos de que tenemos que ponernos manos a la obra y contagiar a otros con nuestro ejemplo e ilusión. El grano de mostaza ya ha sido sembrado, ahora es cuestión de regarlo para que comience a dar fruto.
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