Evangelio y Vida para el 22 de julio de 2017

por | Jul 22, 2017 | Evangelio y Vida, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

Cant 3, 1-4; Sal 62, 2-9; Jn 20, 1-2. 11-18.

Era el primer domingo de la historia, y María Magdalena buscaba, entre lágrimas, el cadáver de un querido difunto asesinado. “¿Por qué lloras?”, le preguntan los dos personajes vestidos de blanco.

“Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”.

¿Pero, cuando lo ves, María, por qué no lo reconoces y lo confundes con un hortelano? Jesús es el mismo que conocías, pero ya no es lo mismo. Ahora está resucitado. Port fin, cuando escuchas de él tu nombre –“¡María!”– los oscuros velos se descorren y aún entre lágrimas ves la luz que es Jesús resucitado. ¡Nadie como él sabe pronunciar mi nombre! El que así me llamaba antes, desde Galilea a Jerusalén, es el mismo que me nombra ahora. “Mis ovejas conocen mi voz…”.

Porque te angustiaba su muerte, se te concedió verlo vivo. Si no nos preocupa tenerlo muerto en nosotros, ¿cómo se nos entregará vivo? Resucitó para que no nos conformemos con la muerte… Y Jesús te dio una misión hermosa: ser testigo primera de su resurrección entre los asustados discípulos. Y tú les dijiste: “¡He visto al Señor!”. Con mis ojos, con mis oídos, con mi experiencia en el encuentro. ¡Lo he visto, y está vivo!

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm

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