2 Cor 6, 1-10; Sal 97; Mt 5, 38-42.
“Ojo por ojo, y diente por diente… pero Yo les digo”
“Ojo por ojo, y el mundo acabará ciego”; palabras llenas de sabiduría que pronunció Gandhi al darse cuenta del tipo de relaciones interpersonales que se dan dentro de la sociedad.
Si cambiáramos el “ojo por ojo” por una actitud más cordial, más llena de amor, las relaciones serían diferentes. El P. Pagola dice que “el mejor criterio para verificar el amor cristiano no es la manifestación sensible de los sentimientos, sino el comportamiento solícito por el bien del otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras conmovedoras”.
Pero se ha insistido a veces tanto en el esfuerzo de la voluntad que hemos llegado a privar la caridad de su contenido afectivo. Y sin embargo, el amor cristiano que nace de lo profundo de la persona inspira también los sentimientos y se traduce en afecto cordial. San Vicente nos dice que “El amor afectivo es la ternura en el amor“ (XI, 733) amar al prójimo exige hacer el bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, valorar lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y nuestro amor. La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial de simpatía, solicitud y afecto, superando posturas y actitudes de antipatía, indiferencia y rechazo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Blanca López Leija, HC
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