2 Cor 5, 14-21; Sal 102; Mt 5, 33-37.
“Pero yo les digo que no juren en modo alguno”
Los rabinos de aquella época condenaban enérgicamente la violación de un juramento, al igual que los juramentos vanos, es decir, aquellos que se hacían con ligereza y en asuntos sin poca importancia, delitos muchas veces castigados duramente. Esto era sobre todo una falta contra el nombre de Dios. El mandamiento de Jesús supera con mucho todo lo estipulado por los rabinos, incluso todo lo que marca el A.T. Jesús no establece normas para castigar a aquellos que no cumplen sus mandamientos, Él es más radical, prohíbe todo tipo de juramento.
El nombre de Dios era impronunciable, por respeto y veneración, pero cuando se juraba se utilizaban diversas fórmulas que no mencionaban a Dios explícitamente, pero que finalmente terminaban nombrándolo, con otras palabras pero era una referencia a Dios. Por eso Jesús reprueba su uso. Además, cuando vivimos en Jesucristo, vivimos en la Verdad, por lo que cualquier añadidura está de más.
Jesús hace la relectura del mandamiento: “No jurar en falso”. Y aquí también, va más allá de la letra, busca el espíritu de la ley y trata de indicar el objetivo último de este mandamiento: alcanzar la trasparencia total en la relación entre las personas. Se trata de una nueva manera de interpretar y poner en práctica la Ley de Moisés desde la nueva experiencia de Dios como Padre/Madre que Jesús nos trae.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Blanca López Leija, HC
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