Santísima Trinidad
Ex 34, 4-6.8-9; Dn 3; 2Cor 13, 11-13; Jn 13, 16-18.
Desde niños aprendimos en el catecismo aquello de: “Tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Acaso intentaron ayudarnos con alguna comparación. El fuego, el calor y la luz, y una sola hoguera. El Yo del Padre, el Tú del Hijo y el Nosotros del Espíritu Santo… Pero todas las comparaciones nos dejan hambrientos. Jesucristo nos reveló al Padre, se reveló como Hijo y nos habló del “Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre” (Jn 14, 26). Creemos en Jesucristo y, en él, adoramos este abismo de luz misericordiosa que quiere habitarnos: el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu.
De esta relación tan íntima de las Tres personas de la Trinidad se derivan consecuencias para cada persona humana, para la sociedad, la Iglesia y para los pobres.
Nos hace ver que todos nosotros somos invitados a superar todo mecanismo de egoísmo y a vivir nuestra vocación de comunión. La sociedad ofende a la Trinidad cuando se organiza sobre la desigualdad, y la honra cuando más favorece la participación y la comunión de todos. Propiciando así la justicia y la igualdad entre todos. La Iglesia es sacramento de comunión trinitaria cuando más supera las desigualdades entre los cristianos y cuando más vive la unidad dentro de la diversidad. La Trinidad nos da un modelo de sociedad humana que se asienta sobre la colaboración de todos, en el plan de igualdad, a partir de las diferencias de cada uno, obteniendo así, una sociedad fraternal, abierta, justa e igualitaria.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Blanca López Leija, HC
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