“Padre, cuida en tu nombre a los que me diste”
Hch 20, 17-27; Sal 67; Jn 17, 1-11.
Ante la inminencia de su muerte, Jesús eleva una hermosa oración a su Padre, en la que, entre otras cosas, le pide que cuide a sus discípulos.
Jesús nos encarga con su Padre. Como cuando un papá o una mamá dejan al bebé en casa de los abuelos mientras van al trabajo o a al mercado.
Y sigo escuchando en mi corazón otras palabras que no están escritas: “Cuídalos, Padre, mientras regreso; son mi tesoro más grande, y te los encargo a ti, porque sé que para ti son un tesoro todavía más grande y valioso. Cuídalos, Padre; que no les falte el alimento, ni la sonrisa; que no se pierdan ni se hagan daño; que nadie los arrebate de tus manos amorosas ni dejen nunca tu casa iluminada por el amor infinito que eres tú. Que se sientan seguros, amados, protegidos en tus brazos. Sé que contigo sus lágrimas serán consoladas y su hambre saciada. Cuídalos, te los encargo”.
Después de esta bella oración Jesús va a ser arrestado.
El final lo conocemos.
Mientras él regresa, te dejó, me dejó, nos dejó encargados, bien arropados y seguros, en los brazos del Padre.
Y ahí estamos. Ahí seguimos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero, cm
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