Hch 12, 24-13,5; Sal 66; Jn 12, 44-50.
“No he venido a juzgar al mundo sino a salvarlo”
¿Conoces alguna de las cárceles de nuestro país? No he visto lugares más grises y sin esperanza. El Estado atrapa al que comete un crimen (a veces ni siquiera eso), lo juzga, le quita sus derechos y lo lleva a la cárcel, a cocinarse en un caldo de amargura y resentimiento. En algunos países hasta se atreve a quitarle la vida, “para que se le quite”.
Ciertamente algo se debe hacer contra el criminal pero, ¿es ésta la forma en que Dios actúa? Sabemos que no. Al hombre confundido, equivocado, le tiende la mano, le ofrece caminos de luz. Jesús es esa mano tendida que llama a levantarse, a recomponerse y a caminar por caminos más luminosos: “Yo soy la luz y he venido al mundo para que quien crea en mí no quede a oscuras”, nos dice también Jesús en este texto.
Dios nos ama y por lo mismo confía en nosotros, cree en nuestras capacidades, en nuestras posibilidades. Nunca se cansará de nosotros, ni dejará de desear y procurar para cada uno, una vida plena, gozosa. En Jesús nos tiende la mano, nos reitera cada día su oferta no de juicio, sino de salvación; en Jesús nos propone caminos de luz.
Todo lo anterior describe, también, el corazón tierno y amoroso de una madre.
¡Felicidades!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero, cm
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