Hch 2, |14. 22-33; Sal 15, 1-2. 5-11; 1Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-25.
“Algunas mujeres de nuestro grupo nos han sorprendido”, dicen los peregrinos de Emaús. Ellas fueron de madrugada al sepulcro, y lo encontraron vacío. Eran las que lo habían seguido desde Galilea. Después “fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres decían”.
No lo busques entre los muertos; esa inútil tarea déjasela a los guionistas y negociantes de Hollywood. A este Jesús crucificado y muerto, “Dios lo resucitó”, proclama Pedro ante la multitud de Jerusalén. Y eso confesamos nosotros, con la misma fe de los apóstoles. Nosotros “los que por medio de Él creemos en Dios”, como nos dice hoy la lectura de la Carta de Pedro. En el Dios que es Amor unitrino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El que nos ama, el que nos llama, el que quiere habitar en la médula de nuestros actos y actitudes.
¿Cómo podría yo buscarte, amarte, si Tú no me amas y me buscas primero? Sólo el amor tuyo acogido me da capacidad para responder. Pero Tú, mi Señor y Dios, como un pastor solicito, no dejas de salir un día y otro día por ver si me dejo encontrar. ¿Cuándo, al fin, tendré abiertas de par en par las puertas del alma?
En la familia, en las comunidades, en la Iglesia “algunas mujeres nos ha sorprendido”. Como lo confiesa hoy el colombiano Iván Gutiérrez, venido de una vida rota, “soy el fruto de una mamá que oraba, rezando el rosario, de una mamá despidiéndome con la bendición y saludándome con la bendición y eso tarde o temprano dio sus frutos en mi vida”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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