“Concede a tus siervos proclamar tu palabra con valentía”
Hch 4, 23-31; Sal 2, 1-9; Jn 3, 1-8.
«En nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar”, le dijo Pedro al tullido que le pedía limosna junto a la puerta Hermosa del templo. Los muertos no curan a nadie. Pero este tullido fue curado. A causa de ello, estos testigos son llevados al Sanedrín, son amenazados, después encarcelados, luego los azotaron. “Les prohibimos severamente enseñar en su nombre, pero ustedes han llenado Jerusalén con sus enseñanzas”. Pedro responde al sumo sacerdote: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Antes que a los jueces de la tremenda Corte. Antes que al miedo. Y la comunidad, ante estos hechos, ruega: “Ahora, Señor, concede a tus siervos proclamar tu palabra con toda valentía”. Usan la palabra “parresía” que es arrojo, audacia, intrepidez, valentía; lo contrario de lo que vemos en tantos de nosotros, llamados católicos, más parecidos al maestro Nicodemo que acude a Jesús con simpatía, pero al amparo de la noche, no vaya a ser que se haga sospechoso ante sus colegas fariseos.
Mira, Señor, cuántas mechas apagadas, cuántas vidas acomplejadas, cuántos de nosotros miramos para otro lado, nos quedamos mudos en hechos y palabras. ¡Danos proclamarte con alegre parresía!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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