“Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo”
Hch 3, 11-26; Sal 8, 2. 5-9; Lc 24, 35-48.
Los testimonios de los apóstoles y los escritos del Nuevo Testamento muestran plena claridad: Jesús resucitó. No es lo mismo que cuando estaba en las vasijas del tiempo, (¿cómo iba a serlo?), pero es el mismo. No creo que resucitó porque su sepulcro esté vacío, sé que su sepulcro estaba vacío porque resucitó. Si estaba con ellos, no estaba en el sepulcro. Y, a los discípulos les muestra las señales que la cruz dejó en sus manos y sus pies. “Pálpenme y vean”. Y anuncien “en mi nombre la conversión para perdón de los pecados.
Y este Jesús vivo sigue actuando hoy como ayer. Antonio Baccassino tiene ahora cincuenta años. Se encontró con el amor de Jesús a sus cuarenta. Antes había pasado la mitad de su vida en las cárceles. Ahora ayuda a los misioneros en Bagdad, trabaja con los discapacitados, visita a los refugiados y ayuda a la perseguida comunidad cristiana de Bagdad. “Yo soy el evangelizado; si a través de mi conversión puedo ser un puente de atracción hacia el Evangelio para otra persona, bienvenido sea”.
Más importante que discutir sobre Jesús, es abrirse a su abismo de luz y de misericordia. ¿Así lo hago? Él nos llama, nos busca, nos ama primero. Y, con él y desde él, tenemos las puertas abiertas, como Antonio Baccassino, a una vida nueva, antes inimaginable.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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