Hch 2, 14. 22-33; Sal 15, 1-11; Mt 28, 8-15.
Creo en la resurrección de Jesús. Y por él, creo en la resurrección de los muertos. Cuando florece el primer almendro, aunque aún todo parece muerto, es seguro que está llegando la primavera. “A este Jesús al que ustedes mataron, calvándolo en la cruz, Dios lo resucitó”, proclama Pedro ante sus oyentes de Jerusalén. Luego, estos testigos, no sólo lo dirán con sus palabras, lo dirán aún más claro dando su vida uno tras otro por esta Noticia: ¡Jesús ha resucitado!
A las mujeres, que habían ido al sepulcro de Jesús, él mismo se les muestra, y ellas “lo adoraron”. Les dice: “No teman, vayan y avisen a mis hermanos…”. A las mujeres –a las que no se les permitía ser testigos en los tribunales– Jesús las escoge las primeras para ser sus testigos ante todos los siglos.
Decía el viejo Lamennais que “el siglo más enfermo no es el que se apasiona por el error, sino el siglo que menosprecia la verdad”. Y esta es la verdad: tu vida merece la pena, tiene sentido y futuro porque Jesús ha resucitado. Merece la pena el amor, la justicia, la pureza, el perdón, la lucha. No importa lo que diga el “pensamiento único” de hoy; no importan lo que digan sus altavoces, sus jueces o sus muchas leyes anticristianas o mis tentaciones o las tuyas; nadie puede tapar el sol con sus togas o sus amañados noticieros. ¡Qué pena, si nos perdemos en la vida al que quiere y puede salvarnos! Y qué desdicha si no compartimos esta Noticia con nuestros prójimos. Con una amor parecido al suyo. ¡Tantos cristos dolientes a nuestro lado que esperan que alguien los ayude a desenclavarse!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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