Is 49, 1-6; Sal 70, 1-6. 15 y 17. Jn 13, 21-23. 36-38.
Judas Iscariote y Pedro –que salen en el evangelio de hoy– son dos personajes especiales en el ambiente de la Pasión de Jesús. Pedro es la historia de una fidelidad difícil; generoso, espontaneo, bravucón, quebrado después y luego bautizado en sus propias lágrimas de arrepentimiento. Judas, por su parte, es un enigma y un escándalo. En el evangelio de san Juan sólo una vez aparece mostrando una postura personal (12, 4-5), y es para criticar el derroche de María de Betania. El personaje parece programado para ser el anti-discípulo.
Pero más allá de esta presentación sumaria, estamos ante la traición de Judas y la negación de Pedro. Y, ante el pecado, se nos presentan tres salidas. Una, justificarnos falsamente como si no hubiese pasado nada. Dos, la desesperación. Tres, el arrepentimiento. La primera, a la corta o a la larga, apesta por dentro y deja la vida contaminada y contaminante. La desesperación nace de la mirada hacia uno mismo, ante la propia imagen rota. ¡Qué miserable he sido, he entregado sangre inocente, no merezco vivir! Y Judas se ahorcó.
En el arrepentimiento religioso, uno no se mira a sí mismo, a su imagen desprestigiada, sino que mira a aquél a quien ha ofendido, a Jesús, y se deja mirar por él. Te negué a ti, al que más amaba, ¡ten piedad de mí! Es la postura de Pedro que, además, cuenta a sus compañeros su negación.
Hay actitudes que parecen arrepentimientos, pero sólo son el disgusto de ver que tu imagen salió mal en la foto… No hemos salido de nuestro ego.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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