“Si lo dejamos que siga, todos creerán en él… Desde ese día decidieron darle muerte”
Ez 37, 21-28;Sal: Jer 31, 10-13; Jn 11, 45-56.
La posición de los jefes y opositores judíos era lógica y clara: Si no es lo que dice ser, entonces es un impostor y un blasfemo. Debe ser rechazado de plano. Y no vale aquí el arte de los pasteleros o de un Cristo a la carta. Ni el sofisma del maestro de moral y demás cantinelas ilustradas sirven para nada. O lo acepto o lo rechazo. No puedo aceptarlo y rechazarlo al mismo tiempo. Él no se presta a estas mixtificaciones. “No busquen entre los muertos al que está vivo”.
Si lo acepto, tendré un camino de búsqueda hasta dejarme encontrar por él. Tendré que decirle muchos días: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”. Y tendré que acudir a él con mucha frecuencia a pedirle perdón por mis incoherencias y pecados, sabiendo que él es la misericordia, y que vino a salvar a los pecadores como yo. Pero, si lo acepto, tendré claro que él es el camino, la verdad y la vida, que es la luz y el salvador del mundo, que “se entregó a la muerte por mí”. Y ya no lo sustituiré por otros “salvadores” confeccionados según la moda mental del momento. Y sabré que él me dio el bautismo, la Eucaristía, la Iglesia… La próxima semana, la Semana Santa, nos ayudará a contemplar a aquel que “nos amó hasta el extremo”.
Danos, “Señor mío y Dios mío”, ver la omnipotencia del amor de Dios en la debilidad de este crucificado.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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