Jer 20, 10-13; Sal 17, 2-7; Jn 10, 31-42.
“Tú, siendo hombre, te haces Dios”
Esto es lo que le dicen quienes lo oyen y lo rechazan. Pero él les contesta: “¿Cómo dicen que blasfemo por haber dicho Yo soy Hijo de Dios. Si no hago las obras de mi Padre no me crean”.
Y, ante él, no sirven las posturas a medias, pues se vuelven imposturas. Los ilustrados quisieron tenerlo como un extraordinario maestro de moral, nada más. Pero, ¿cómo puede ser maestro de moral alguien que actúa o habla desde la mentira de considerarse el Hijo de Dios? Si no lo es, tampoco puede ser ese maestro. Eso podrá serlo Buda, Sócrates, Confucio.
Ninguno de ellos dijo de sí “Yo soy la verdad”; a ninguno de ellos se le ocurrió pedirnos amarlo a él antes que a padres, madres, esposa, esposo, hijos y antes que a uno mismo, ninguno de esos se atrevió a decir “yo te perdono tus pecados”.
Otros más –de antes y de hoy– quieren considerarlo un hombre con honda experiencia de Dios. Pero, ¿qué clase de experiencia desde la mentira o la alucinación? Otros quieren enarbolarlo como el auténtico revolucionario. Pero, si no es lo que dice y actúa, ¿qué revolución sería esa basada en la mentira? Otros, como Ernest Bloch, dirán que Jesús “actuaba como un hombre simplemente bueno, en toda la extensión de la palabra, algo que nunca antes había sucedido”. Pero, ¿cómo puede ser bueno, sin no es verdaderamente quien él dice ser?
Sus oyentes, que lo rechazaban “quisieron de nuevo prenderlo, pero se les escapó de las manos”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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