Ez 47, 1-9. 12; Sal 45; Jn 5, 1-16.
“Con nosotros está Dios, el Señor”
La curación del paralítico acontece en día sábado y en una piscina considerada de aguas medicinales, para algunos el único medio para remediar su enfermedad. Y es que los judíos creían que las enfermedades eran causadas por los pecados o por demonios, así como también creían que serían curados por el agua removida por un ángel (Jn 5, 4).
El paralítico es un hombre de 38 años. Quizá la cifra sea simbólica: los 38 años de castigo que anduvo el pueblo de Israel en el desierto (más 2 de peregrinación). Así este hombre paralítico simboliza al pueblo de Israel.
Se sabe que la enfermedad para esa época, como para la nuestra, no sólo implica una disfunción física, sino también una social y psicológica; el enfermo sufre, es marginado, se muestra inestable. Sin embargo, la parálisis de este hombre no sólo es una enfermedad física sino también moral.
No sabemos que pecado cometió, pero lo que podemos deducir es que, de la misma manera que la enfermedad lo limita físicamente y lo deteriora cada día más, de igual manera el pecado. Delante de esta situación Jesús le pregunta, ¿quieres ser sano? No sólo es gratuidad, es necesario que el enfermo exprese su voluntad para dejar el modo de vida que conoce, y con el que ha creado su universo. Y con su voluntad, una responsabilidad: “No peques más” Curado y perdonado, enfrentará una situación del todo novedosa para él: salud, autonomía y libertad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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