1 Sm 16, 1. 6-7. 10-13; Sal 22; Ef 5, 8-14; Jn 9, 1-41.
“El Señor es mi pastor, nada me faltará”
Es necesario saber que para la mentalidad de la época de Jesús el bienestar o la desgracia personales se creían consecuencia de una acción, cumplir con la ley o no, respectivamente. Y en el caso de las enfermedades se consideraban consecuencia de un pecado. El evangelio habla de un ciego de nacimiento, en relación directa con aquel que es la Luz del mundo, Jesús.
Todo sucede en un encuentro generoso, gratuito, hasta podríamos decir inesperado de parte del ciego. El ciego es figura de un pueblo oprimido, marginado, sin experiencia de luz y de la vida, agotado en sus esperanzas, por sus dirigentes religiosos, éstos oprimen, opacan, enjuician, condenan y castigan. Por lo tanto, la curación de este ciego es prácticamente como una nueva creación, liberación de su entorno social y de los prejuicios que le acompañan: “es ciego porque sus padres pecaron”. El ciego hace su parte, no niega a Jesús, no sabe quién es, ni de dónde es, pero poco a poco lo va descubriendo, va desde ese hombre, hombre de Dios, profeta, Señor. El ciego de nacimiento personifica el proceso de fe de cualquier creyente. En actitud dispuesta y confiada se llega a creer y confesar a Jesús como el Señor.
Hay muchos ciegos, los que se dejan llevar por las apariencias y juzgan; los que no se fían de nada ni de nadie; los que creen ser religiosos pero sólo son devotos de sí mismos… Éstas y más, nos impiden ser personas libres. ¿Cuál es tu ceguera?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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