“Yo soy tu Dios, escúchame”
Os 14, 2-10; Sal 80; Mc 12, 28-34.
La pregunta del “maestro de la ley” tiene razón de ser, y es que el número exagerado de normas y preceptos (365 prohibiciones y 248 prescripciones) ejaba en claro lo que realmente era importante.
En la actualidad se puede tener la misma duda debido a las múltiples prácticas “de religiosidad popular” o de devociones superpuestas. Entonces, ¿qué mandamiento es el primero de todos? A lo largo de la tradición bíblica, se enseña que, quien no escucha a Dios vive para sí mismo y rompe con un “orden establecido”: Obedecer a Dios trae consigo la experiencia de la libertad y el respeto a los demás.
En la Catecismo de la Iglesia se dice que el pecado es la desobediencia. La pregunta es, ¿por qué se desobedece? Quién desobedece es porque se busca a sí mismo, a sus necesidades e intenciones. Y los demás, en este juego del “yo-yo” terminan siendo un obstáculo. En consecuencia, no puede respetar a nadie.
La actitud de la escucha implica apertura al otro, a Dios y a los demás. Esta apertura se expresa en un buscar a Dios, y en reconocer al otro como “hermano”. Por lo tanto, quien se esfuerza por vivir en relación a los demás también es capaz de vivir en relación a Dios; quién quiere escuchar a Dios, también quiere escuchar a los demás. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables y nos colocan en el camino correcto para construir el Reino de Dios.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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