Jer 7, 23-28; Sal 94; Lc 11, 14-23.
“Señor, que no seamos sordos a tu voz”
No olvidemos que Jesús está anunciando el Reino de Dios, el cual, ya está actuando. Los signos de su presencia son palpables: sanación, liberación, pero sobre todo salvación. La finalidad del exorcismo es dar testimonio de Jesús, el enviado de Dios que libera. Libera de las ataduras, libera del pecado, nos liberará de la maldad en el mundo. Pero, ¿quién es el responsable de la maldad en nuestra historia?
Estamos muy acostumbrados a decir que es el diablo, sin embargo, gran parte del AT opina que la maldad la ocasiona el ser humano (Gn 3-4; 6, 5). Jesús opina que la impureza no consiste en “lo que entra” (comida) sino en lo que hay en el corazón. Entonces, ¿cómo se provoca la maldad? El relato de Caín y Abel responde a esta pregunta. Relaciona la falta de fidelidad a Dios con la maldad. Es decir, cuando la persona no se abre a Dios, (Caín) termina por cometer fratricidio, mata (a Abel). Fidelidad a Dios, también es obediencia, y obedecer es escuchar. Y al contrario, desobediencia es maldad. El evangelio de hoy ha nombrado a Belcebú como el causante de la maldad, pero qué significa el nombre: Baal (dios cananeo) y del hebreo: “zabal” que significa levantar o exaltar. Así, el nombre de Belcebú describe un acto de infidelidad, de idolatría.
Dios a través de Jeremías motiva a la obediencia, como un acto de fidelidad, como una tarea a realizar; con un “don”: yo seré su Dios. En el evangelio, la escucha es condición de ser discípulo. Nos hacemos discípulos en la “escucha de la palabra”
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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