Dt 4, 1. 5-9; Sal 147; Mt 5, 17-19.
«Demos gloria a nuestro Dios»
Unas notas explicativas. Mateo escribe su Evangelio para comunidades formadas en su mayoría por cristianos provenientes del Judaísmo (religión de libro). Y entre éstas, se desarrolló una polémica: tenían que cumplir con los preceptos o Jesús los había abolido? Las respuestas fueron distintas, por una parte, se buscaba la continuidad con la Ley antigua: no piensen que he venido a abolir la ley y los profetas…, por la otra, una franca ruptura: se les ha enseñado… pero yo les digo… El punto a favor de la Ley es que era la manera de poder “demostrar” en todo momento y en toda ocasión su fidelidad a Dios. Además, según la tradición, el cumplimiento de la ley les convertiría en “justos” merecedores de la salvación.
El problema con esta ideología a la luz de Jesucristo es que: 1) el cumplimiento de la ley, ya no significaba una actitud de fidelidad a Dios, sino que alentaba una devoción superficial, de apariencias. 2) El Fariseo la cumplía porque así ganaba su salvación.
Jesús no buscó reemplazar ni abolir la Ley, sino llevarla hasta sus últimas consecuencias. El principio de vida no será más la ley sino Dios mismo: sean perfectos como mi Padre celestial es perfecto; sí se trata de ser buenos… como es bueno su Padre del cielo. Además está claro que la ley no salva sino sólo Dios. El reino es gratuidad y no es retribución por nuestros actos “buenos”. Es cierto que el seguimiento de Jesús no implica que seamos perfectos pero sí personas decididas a vivir bajo la lógica del Reino.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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