2 Sm 7, 4-5, 12-14. 16; Sal 88; Rom 4, 13. 16-18. 22; Mt 1, 16. 18-21. 24.
“Su descendencia perdurará eternamente”
Este evangelio es sobre todo un testimonio de Jesús, no sólo para hablarnos de su nacimiento como tal, sino para indicarnos que Jesús procede de Dios, por obra del Espíritu Santo. Los signos prodigiosos: la aparición de un mensajero de Dios, la manifestación de Dios a través del sueño, son para indicar que Jesús no es sólo hijo de Abraham y de David sino que sobre todo es Hijo de Dios. Jesús es la promesa cumplida de parte de Dios; es la máxima y la más plena revelación de Dios. A través de él sabemos qué quiere Dios para nosotros y Dios nos habla a través de Jesucristo, por medio de sus palabras y por medio de su ejemplo. También descubrimos en Jesús lo qué necesitamos hacer para vivir plenamente, y también sabemos para qué nos quiere Dios.
La revelación cristiana se funda sobre todo en el hecho de que Dios ha querido hacerse hombre, y la actitud de fe delante de Dios es una actitud discipular.
Hacerse seguidores de Jesús implica escuchar su palabra, confiar en la lógica del Espíritu. A veces nuestras prácticas son auto-complacientes. La fe cristiana, es confrontación, exige e impulsa a aprender a depender y a vivir de la Palabra de Dios. En esto consiste la actitud de José, “hombre justo”. No porque haya cumplido con la ley, sino porque descubriendo la presencia de Dios en su propia historia personal, asumió el proyecto de Dios como suyo y aplicó a María no el criterio mundano (ley), sino el de Dios.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
0 comentarios