Enamorarse de Dios y entregarse a los pobres • Un testimonio

por | Mar 20, 2017 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Con gran alegría respondo a la petición que me hace el equipo de pastoral vocacional para dar el testimonio sobre mi vocación y, en concreto, sobre el trabajo que los Padres Paúles realizamos en el Puche (Almería). Hablar de lo que se vive no cuesta nada, pues, como decía San Agustín: “de la abundancia del corazón hablan los labios” y los dedos añado yo, lo plasman en el ordenador para que otros puedan tambien enriquecerse.

Un 11 de septiembre, fiesta del San Juan Gabriel Perboyre, conocido como “el otro Cristo”, hace algunos años le decía al Señor que quería hacer realidad con mi vida la opción que un día San Vicente de Paúl vivió: evangelizar a los pobres en sus necesidades espirituales y corporales: “Si hay algunos entre nosotros que creen que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras» (XI-3, 393).

Esto siempre lo he tenido claro, y Dios me ha ido poniendo siempre muy cerca de aquellos a los cuales quería consagrar mi vida: Los pobres, “mis Amos y Señores”.

En Burgos tuve el privilegio, durante 14 años, de compaginar mis estudios y el trabajo en el Seminario Menor de Tardajos con esas visitas semanales al Penal de Burgos, donde cada vez que compartía con ellos sus sufrimientos sentía como mi vocación se fortalecía a pesar de las dificultades.

En Mozambique comprendí que el Vicenciano no es aquel que tiene necesidad de hablar de los pobres porque desde que te levantas hasta que te acuestas pasas el día hablando con ellos. Los años vividos allí me enseñaron a enamorarme más de Dios y a entregarme más a ellos. Por eso decidí hacerme enfermero, para volver y ayudarles más y mejor. Pero muchas veces lo que tú quieres no es lo que Dios te pide.

Terminados mis estudios me enviaron a Melilla. Allí trabajé un poquito como enfermero, pero sobre todo en la pastoral parroquial y en dar todo mi tiempo libre a ir a la prisión a compartir con los reclusos mi fe; mis escapadas al guru-guru a llevarle a tantos hermanos nuestros que quieren cruzar esas alambradas: mantas, comida, etc.; la visita domiciliaria a tantas familias necesitas de lo más esencial; las visitas a todos esos emigrantes que vivían debajo de plásticos próximo al centro de emigrantes de Melilla. De Melilla, me pidieron venir a este barrio de Almería, el Puche. Cuando me dijeron que aquí había muchos “Amos y Señores“ a los cuales servir y entregarme no lo dudé. Como María dije a mi Visitador: ¡Aquí estoy para hacer tu voluntad! Y, como Ella, con prontitud me desplacé hasta aquí donde llevo cinco años.

Mi primer contacto con la realidad fue visitar la parroquia que me habían encomendado. Un almacén de chapas que los obreros que construyeron este barrio utilizaban para guardar el material de construcción y que fue adaptado para hacer de parroquia. Pero eso no me importaba después de celebrar tantas veces debajo de un árbol o en medio del campo. Lo que sí me preocupó fue saber que sólo se abría los sábados por la tarde y los domingos, y el resto de la semana estaba cerrada. La Comunidad que está allí en el barrio me argumentó que no merecía la pena abrirse, que no venía nadie, que lo mejor es seguir como estaban: “usted viene a nuestra Comunidad todos los días a celebrar la eucaristía y los fines de semana se abre el templo”.

Lógicamente, mi respuesta no se hizo esperar: “Me van a perdonar, pero yo he sido destinado al Puche para ser su párroco y no para ser su capellán. Si ustedes desean una capellanía aquí nos lo solicitan a la comunidad y si podemos las atenderemos con sumo gusto, pero yo mañana mismo abro el templo, pues como decía San Francisco de Sales: «una sola alma es una gran diócesis para un gran obispo».

Al día siguiente, abría aquel templo humilde y sencillo. Aquella primera Eucaristía fue tan distante, había tanto hielo de por medio… Pero Dios no podía ser para unos pocos, nuestro Dios es para todos. Por ello, decidí a partir de ese momento, sentarme en las escaleras del templo, y a todas las personas que pasaban, las invitaba a pasar a saludar a su Padre Dios y a su Madre la Virgen María. Tenemos que decir que los comienzos fueron muy duros, aun hoy ante tantas dificultades y pobrezas de diferente índole, uno se ve tentado a tirar la toalla y salir corriendo, pero entonces es cuando rezas el Padre nuestro y dices: “no nos dejes caer en la tentación”, y recobras fuerzas de lo débil para no caer en la tentación de volver a la comodidad y dejar a un lado a esta porción de la Iglesia de Jesucristo.

Con el paso del tiempo, Dios volvía a entrar en el corazón de estas personas a las cuales yo defino como: “diamantes en bruto”. Poquito a poco Dios les ha ido devolviendo su brillo. Después de un año visitando las casas y las calles del barrio, hablando con todos, en el templo cada día habían menos bancos libres. Al finalizar el primer año ya había un grupito de adultos en catequesis y dos capillas de la Milagrosa en el barrio. Empezábamos a dar pasitos. El Carisma Vicenciano se iba encarnando en el barrio cada vez más.

Tras estos últimos años de ir conociendo a los que hacen parte de la comunidad parroquial, ese acompañamiento desde los diferentes ámbitos parroquiales ha hecho posible que brote en ellos el deseo de hacer sentir a otros lo que ellos han sentido y están viviendo.

Una Iglesia solo está viva. si sus miembro. de ser evangelizados. pasan a ser evangelizadores. Con gran satisfacción podemos decir que en estos momentos esto comienza a suceder en esta comunidad que de puertas cerradas se está transformado en una comunidad de puertas abiertas.

Si hace cinco años sólo había un grupo de Cáritas y dos grupos de catequesis de infancia cuyos agentes de pastoral eran en su mayoría de fuera de la comunidad, hoy con gozo podemos decir que hay un grupo de Cáritas formado por 14 miembros de la Comunidad parroquial que atienden cada 15 días a más de 100 familias, tres grupos de catequesis de infancia, dos de pos-comunión de J.M.V.; pastoral de enfermos; la AMM que está ya constituida jurídicamente y que tiene siete capillas de la Milagrosa visitando a más de 150 familias, un grupo de liturgia, tres comunidades de adultos, AIC; Radio María, etc.

Tras muchos esfuerzos y el apoyo siempre de los superiores, hoy la Comunidad aquí presente en Almería nos unimos a los pobres para darle gracias a Dios porque, después de 42 años, tiene un nuevo templo donde poder celebrar y vivir con dignidad las diferentes celebraciones litúrgicas desde el 13 de julio de 2014. Un templo donde se vive la fe y donde quien entra una vez no puede dejar de volver a celebrar la fe de nuevo con esta comunidad.

Estoy totalmente convencido de que hoy Vicente de Paúl haría suyas las palabras del Papa Francisco y nos diría a todos: Prefiero una Congregación accidentada, herida y manchada por salir a las calles antes que una Congregación enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades del pasado (EG 49). La pastoral del “siempre se ha hecho así” no conduce a ningún puerto. No hay recetas mágicas, pero sí hay una magia que transforma cualquier realidad: cuando encarnamos el Carisma de San Vicente de Paúl, los pobres sienten lo mismo que sentían cuando él estaba con ellos.

Desde estas líneas, te invito a ti a plantearte en serio lo que Dios te está pidiendo y a responderle con generosidad. Hay muchos hermanos que necesitan a Dios, para que ilumine esas vidas muchas veces rotas y fragmentadas por el dolor y el sufrimiento. Si sientes su llamada a ser Padre Paúl o Hija de la Caridad no dudes en decirle que “SÍ”. Hoy, desde estas, líneas te digo a ti que si cien veces naciera cien veces diría a Dios: “quiero vivir la opción de servir a los pobres que un día hizo San Vicente de Paúl”.

Y TÚ, ¿A QUÉ ESPERAS?

Autor: P. Miguel Sánchez Alba, CM.
Fuente: Revista «Oye su voz y ¡enrédate!», Semana vocacional de las Hijas de la Caridad y Misioneros Paúles de España.

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