Éx 17, 3-7; Sal 94; Rom 5, 1-2. 5-8; Jn 4, 5-42.
“Señor, que no seamos a sordos a tu voz”
Este evangelio gira en torno a la revelación de la identidad de Jesús, respondiendo a una pregunta como telón de fondo: ¿Quién es Jesús? En un primer momento, Jesús es el principio unificador entre judíos y samaritanos. Hay que tener presente que los samaritanos daban culto a cinco dioses, representados en los cinco maridos de la Samaritana, y el culto a Yahvé se seguía celebrando en el monte Garizim y no en Jerusalén. Esto puede parecernos sin importancia pero en realidad está describiendo lo que podríamos llamar“culto vacío”. Por lo tanto Jesús también se manifiesta como el“verdadero culto a Dios” e invita a derribar las barreras de la enemistad apelando a la fe de un mismo Padre de todos.
El mensaje es claro, ya no importan los templos o lugares sagrados para dar culto (Garizim- Jerusalén), tampoco los ritos. El nuevo templo es Jesús. El don que trae la salvación para todos. Es una invitación a un encuentro personal con él. Encuentro que implica un proceso. La samaritana va descubriendo a Jesús poco a poco, ha entablado un diálogo, se ha dejado interpelar por él, y ha recibido de parte de Jesús el don que la libera. La libera del pecado, de la experiencia vacía, de las restricciones sin causa o sin razón. Y, a cambio, ha recibido el don de la salvación y el alimento que da la vida: el cumplimiento de la voluntad del Padre.
¡Si conocieras el don de Dios… le pedirías tú a él y él te daría agua viva!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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