Escuchar es algo que se hace intencionadamente, mientras que oír es algo que sucede independientemente de nuestra voluntad.
A lo largo del día, oímos y vemos muchas cosas, pero “escuchamos y miramos” pocas. Además de que todo lo que percibimos lo solemos interpretar, justificar, silenciar… O sea, que los filtros son muchos hasta que algo o alguien nos llega al centro… al CORAZÓN.
También ahí, en el corazón, se transforma todo. Depende de qué esté lleno, lo que entra toma un color u otro. Si hay sufrimiento, se refleja en nuestra vida; si hay esperanza se refleja en nuestra vida; si hay pesimismo, se refleja en nuestra vida. Para los cristianos, el centro de nuestra vida y de nuestro corazón ha de estar lleno de Dios, que es el que da sentido a todo lo que “entra” y nos va llevando dónde Él quiere que estemos.
Es difícil, en el día a día, pasar todas las cosas por el corazón y poner “intención” en que Dios las interprete y encauce nuestra acción. Normalmente, nos ocurre como a Samuel: “El Señor llamó: ¡Samuel, Samuel! Y éste respondió: ¡Aquí estoy! Fue corriendo adonde estaba Elí, y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has llamado. Elí respondió: No te he llamado, vuelve a acostarte. Samuel fue a acostarse, y el Señor lo llamó otra vez. Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí, y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has llamado. Elí respondió: No te he llamado, hijo; vuelve a acostarte. Samuel no conocía todavía al Señor.” (I Sm.3,4-7)
Muchas veces Dios nos llama y no nos enteramos: a través de personas que “vemos” sufrir… pero miramos a otro lado, a través de noticias: un terremoto en Haití, una patera que se hunde, miles de inmigrantes huyendo… sin nada… pero ¿OYES?
Muchas personas no sólo OYEN, sino que hay “voces” que les llegan al alma y, entonces…se dejan llevar por ellas y ¡ENREDAN! No sólo su tiempo o sus capaidades, sino ¡SU VIDA ENTERA!
Que nosotros, vicencianos, no disimulemos el carisma que se nos ha regalado, que lo hagamos vida en gestos y opciones de vida “visibles y reales” y que, como Jesús, decidamos enredarnos con otros en la transformación de las realidades de pobreza que no dejan que el Reino de Dios pueda ser disfrutado por todos los seres humanos.
Así que, como decía San Vicente: “Hay que pasar del amor afectivo al amor efectivo, que consiste en el ejercicio de las obras de caridad, en el servicio a los pobres, emprendido con alegría, con entusiasmo y amor” (SV IX, 534).
Fuente: Revista «Oye su voz y ¡enrédate!», Semana voicacional de las Hijas de la Caridad y Misioneros Paúles de España.
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