Miq 7, 14-15. 18-20; Sal 102; Lc 15, 1-3. 11-32.
“El señor es compasivo y misericordioso”
¿Quién da todo para conseguir nada? ¿Quién es generoso por el hecho de ser generoso y no por esperar algo? ¿Quién es capaz de ofrecerle perdón, de ser generoso, de darle acogida, a quien le ha ofendido? ¿Quién se esfuerza por tratar bien y con actitud cálida a la persona de quien solo recibes males? Así de sorprendente es la relación de Dios con nosotros, por ejemplo, el hecho de que sea mayor la alegría por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. O más, el criterio de salvación que nos propone Jesús: los pecadores si se arrepienten. Por ellos se hará fiesta. En contraste con aquellos que se sienten los justos, los merecedores del reino, los seguros de sí mismos, los que desprecian a los demás por juzgarlos indignos, los que piensan que por sus obras ya se ganaron el reino. Los que se acercan a Jesús, en el evangelio, no son los fariseos y maestros, son los pecadores, es decir, los que se sienten necesitados de Dios.
Así que para nuestra sorpresa el mensaje de esta parábola es la gratuidad incondicional, actitud misericordiosa de Dios. Dios tiene el deseo de salvación para toda la humanidad, y le basta y necesita nuestro arrepentimiento. Ésta lógica de la gratuidad de Dios, hace un juicio a la lógica purista, revanchista, y al final anticristiana, la cual, desea el castigo para quien ya juzgó como pecador. No dándose cuenta que lo que más necesitamos, todos, es el perdón.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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