“Recordemos las maravillas que hizo el Señor”
Gén 37, 3-4. 12-13. 17-28; Sal 104; Mt 21, 33-46.
La parábola representa la historia del pueblo de Israel, por una parte, el amor de Dios, por otra, la continua infidelidad de parte del pueblo. El profeta Isaías (5, 1-7), ya describía esta misma situación, es la queja de parte de Dios por el amor no correspondido. El dueño de la viña es Dios, que ha puesto en ella amor; la viña es el pueblo de Israel. Los criados enviados a recoger los frutos son los profetas. El hijo es Jesús. Los jornaleros que atropellan y matan a los mensajeros son los jefes religiosos y políticos, que sólo buscan sus intereses y el adueñarse de lo que no es suyo.
La parábola de la viña es la historia de la humanidad, y de la Iglesia, que Dios plantó para que diera fruto, y también desenmascara la avaricia del ser humano y la violencia que ejerce hasta apedrear y matar, para apropiarse de lo que no es suyo. Los criados de la parábola son las personas que se ponen al servicio del Reino, y para aquellos que se atreven a denunciar las situaciones de injusticia, su suerte ya la sabemos. El tiempo de la vendimia es el tiempo para convertirse, pero cuando se han agotado todos los recursos, Dios envió a si Hijo. Ante este acto de gratitud, Dios espera que reaccionemos de manera positiva y piensa “A mi hijo lo respetarán”. La historia también ya la sabemos. La parábola no se queda en un intento fallido, Dios a pesar del repetido fracaso de la humanidad no desiste en su empeño por cuidar de la viña que ha plantado, hasta ahora estéril y sin frutos de conversión.
¿Hasta cuándo?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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